Es curioso, cuando las vacaciones están a punto de acabarse volver a la rutina te parece todo un mundo pero, una vez en casa, siento millones de ganas de hacer cosas, incluso aquellas que llegué a odiar allí por el mes de junio, cuando las vacaciones me parecían un oasis en mitad del caos.
Vuelvo a casa y mi casa me gusta más, vuelvo a pasear por mis calles y encuentro algo nuevo, vuelvo a abrir mi armario y hasta siento ganas de sentir el frío y ponerme ese jersey que tanto me gusta. Porque, como comentaba con mi querida Pepita Grilla, lo mejor que nos puede pasar es tener un lugar al que volver pero, sobre todo, lo mejor que nos puede pasar, es volver.
Vuelvo y vuelvo con ganas para ponerme delante del ordenador y escribir y, es que, no es para menos: he superado las vacaciones como madre primeriza. Y eso que ha sido fácil, mucho más fácil, gracias a la ayuda de los súper abuelos (el mínimo tono bronceado que luzco está patrocinado por ellos).
Servidora está bastante acostumbrada a viajar con niño pero, señores, las vacaciones es algo ya nivel muy top. Tienes un millón y medio de cachivaches que, como madre primeriza, tienes la vital necesidad de llevarte (sin los cuales el niño no se, pero tu sufrirías un mortal colapso), véase: bañera de viaje, piscina de bebés, flotador de bebés, cubo, pala, leche en polvo, cereales en polvo, esterilizador, biberones (unos cuantos, no vaya a ser que al final el esterilizador no quepa en la maleta y no des a basto con las ollas), cremas/jarabes infantiles… Y lo ya para matricula de honor y exclusivo para los padres más dispuestos: la tienda de campaña para meter al niño en la playa.
Total, que al final te ves viajando de la misma forma que jurasteis jamás viajar cuando erais una pareja de solteros y veías a familias enteras cargadas como mulas y vosotros llevabais una maleta que no hacia falta ni facturar.
Lo siguiente que llega es la sensación de querer suicidarte, cuando te entra la razón ya en el lugar de destino y ves que no te has ido a veranear a la mitad del desierto de Atacama, que resulta que donde vas es un sitio civilizado y hay supermercados…. ¡Incluso farmacias! Dios mío, esto es el paraíso. Porque, no nos engañemos, ¡qué nos gusta una parafarmacia a una madre!
El siguiente paso es ser consciente de que eso de que las vacaciones son para descansar se acabó. Tu estarás de vacaciones pero el niño tiene las mismas necesidades, con la diferencia, que tu vuelves a tener las 24 horas del día para cubrirlas y, lo de menos, es darle el desayuno, la comida, la merienda… Lo peor es el «mientras tanto». Porque si, porque el niño va creciendo y con lo que antes se entretenía media hora ahora se entretiene 2 minutos, porque te acabas dando cuenta que ningún sitio es seguro si tu no estás con mil ojos observando y porque, lo que antes era un bebé tranquilo y dormilón, ahora se ha convertido en un bebé que todo lo quiere tocar/comer/romper y, finalmente, porque el sueño es el peor de los seres frente al que luchar y tu hijo, cual valiente caballero, será capaz de todo con tal de no sucumbir frente a el.
Así que, por si no te habías dado cuenta cuando recién llegada a casa del hospital te veías con el sacaleches inyectado y moviéndote como Robocop, la maternidad tiene poco de bucólico (por mucho que nos empeñemos en nuestra cuenta de Instagram) y mucho de darte con la misma vida en las narices.
A pesar de todo ello mis vacaciones han sido geniales, ¿las mejores? Desde luego no las más románticas pero si que llenas de felicidad. Soy feliz cuando veo que te ríes con todos y de todo y, me gusta pensar, que esa será tu actitud frente a la vida.
Tu cara de sorpresa al ver todas las cosas nuevas que te hemos mostrado este verano era igual que nuestra ilusión por mostrártelas y, eso si que si, compensa el sacaleches, los cachivaches, el blanco nuclear de tu piel y, fíjense lo que digo, hasta la tienda de campaña para la playa.